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LAS IMÁGENES NO TIENEN NUNCA UNA MALA TRADUCCIÓN

Espacios y tomas de Vicente Gaibor frente a la penitenciaría del litoral desgarran acerca de la realidad sociopolítica en una Guayaquil desmoronante.

Recientemente, el fotógrafo Vicente Gaibor ha visto cómo su ciudad se convierte en escenario de dolor. En 2020 fotografió el confinamiento, la muerte en las calles en una ciudad como Guayaquil, en la que las autoridades no sabían cómo controlar una enfermedad incierta, con un sistema de salud precario. Fotografió ataúdes en centros de salud cerrados, hombres transportando cuerpos tras cuerpos. En las últimas crisis carcelaria ha estado cerca de las madres, las hijas, las esposas que con sus cuerpos se pelean con las cercas de distanciamiento policial aún cuando el Estado no les da respuestas por sus muertos y a cambio acelera el galope de los caballos que intentan reprimir la espera, la paciencia de quienes buscan respuestas por los cuerpos que el Estado ha condenado al encierro y que han muerto en sus manos. Cuando llega a un lugar porque la alerta se ha activado de nuevo, va hacia las personas. Se presenta, se asegura de que sepan quién es y si la situación es muy íntima o dolorosa se aleja. Evade conversaciones en los que tenga que dar esperanzas o lanzar nombres culpables. Para Gaibor, la masacre es la noticia, lo mediático; lo que ocurre en realidad, lo que pasa, lo que vibra y es posible fotografiar es la familia y su dolor. “Nos tenemos que acercar, desde donde podemos y hasta donde podemos. El acceso en esos momentos, en que no se puede gestionar un acceso mayor, es hacia el lado humano”, dice. Fotografía la masacre carcelaria desde quienes no están en la cárcel, a través del dolor de otros. “Yo no sé cómo gestionar ese sentimiento. Para mi la cámara es un puente, es mi manera de acercarme a ese dolor a través de los familiares”, cuenta. Piensa que su trabajo con la cámara no necesariamente tiene que ver con transmitir o retratar un momento. Aquello le parece pretencioso. Pero la forma en la que las personas que están alrededor gestionan la tristeza se convierte en un lenguaje universal para entender la crisis. “Yo estoy ahí para que lo sucedido se conozca adentro y afuera del país. Para ayudar a que eso no quede impune, que no sea fácil de olvidar, creería que me concentro en las personas y a través de ellas en lo que están sintiendo. Incluso si alguien sale de la cárcel, en la felicidad de salir, o en la angustia, en las reacciones, en los sentimientos humanos”, dice Gaibor. Sus imágenes gestionan nuestros sentimientos; nos piensan sin hacer malas traducciones. Son un lenguaje, aún cuando hay una fuerza de poder que incesantemente intenta borrarlas.

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